No, Uruguay no es un país machista

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Por: Felipe Villamayor 

La tendencia del hombre a imaginar sociedades utópicas donde la igualdad y el bienestar colectivo alcancen grados supremos no es nada nueva.

De hecho, si nos remontamos a la antigüedad –más precisamente a la Grecia Clásica–, podemos encontrarla en una de las comedias canónicas del ateniense Aristófanes.

“Las asambleístas” es su título, y su premisa sintetiza a la perfección temas de candente actualidad.

Praxágora, la protagonista de la pieza, lidera a un grupo de mujeres que, vestidas con túnicas y barbas postizas, logran infiltrarse en la Asamblea Ateniense.

Allí proponen a sus contertulios un nuevo régimen de gobierno, uno que aboliría la propiedad privada y cualquier diferencia socioeconómica.

Hacía dos mil y pico de años, “Las asambleístas” provocaba risas entre los espectadores, poniendo de manifiesto lo ridículo de dichas pretensiones y lo tiránico que puede llegar a ser un gobierno de mayorías.

Hoy, sin embargo, algunos académicos interpretan la obra como un reconocimiento velado de Aristófanes a la “mayor capacidad de empatía” de la mujer y a su impulso casi innato por construir una sociedad “mejor” y más igualitaria; en definitiva, se trata de esa famosa visión del liderazgo femenino como uno más cooperativo, más conciliador y menos propenso a la violencia que el masculino. 

Mujeres en posiciones de poder

Cuánto hay de verdad en esto y cuánto hay de mentira, uno puede comprobarlo ahora mismo, chequeando la información disponible, miren: la vicepresidente de nuestro país es mujer (Beatriz Argimón), la Ministra de Economía y Finanzas es mujer (Azucena Arbeleche); también la Ministra de Salud Pública (Karina Rando) y la Ministra de Industria, Energía y Minería (Elisa Facio); la presidente de la Cámara de Diputados y la presidente de la Suprema Corte de Justicia son, ambas, mujeres.

En entes públicos como ANTEL y UTE, las presidencias también están ocupadas por féminas.

Además, la mayoría de las autoridades de la enseñanza y una proporción importante de los docentes son –como no podrá sorprender a nadie– mujeres (de hecho, sólo hay un maestro varón por cada 15 maestras mujeres; es decir un 90% son mujeres (!)).

Y lo mismo ocurre con la mayoría de los egresados universitarios.

Mujeres en la Universidad

En 2016, en Udelar había un total de 62,5% de estudiantes mujeres (hoy debe haber casi un sesentaipico, setenta, calculo…); es decir, si dividimos por sexo, la mayoría de los universitarios son chicas, y no al revés.

Raro: de pronto esta sociedad patriarcal contra la que tanto despotrican las feministas ya no parece tan patriarcal…; de hecho, en la práctica, es exactamente lo contrario a la Grecia Clásica, un modelo de sociedad comúnmente tachada de patriarcal. 

Hablando claro y sin vueltas, Aristófanes no atribuía a la mujer una mayor “madurez” y “capacidad de empatía” que al hombre (vamos, esto es absurdo y hasta da risa); él, al igual que todos los antiguos, encontraba a la mujer lisa y llanamente INCAPAZ de desempeñarse en la función pública. 

Verán, el siglo V a. C. era una época muy distinta a la actual, una época en la que, por necesidad, los principios femeninos y masculinos debían estar claramente diferenciados, y de ellos se derivaban roles y virtudes complementarias que hacían de aquella sociedad una sociedad ejemplar.

Uno de los motivos por los que sostengo que Uruguay y gran parte de Occidente no son democracias, sino oligarquías conchacráticas con algunos matices electorales aquí y allá, es la forma sistemática en la que estos regímenes promueven el quiebre de toda expectativa social y cívica de parte de sus ciudadanos.

Verán, para que una conchacracia como la que proponían las asambleístas de Aristófanes triunfe de verdad, es necesario separar desde una edad bien temprana a hombres y mujeres de su esencia, de todas esas manifestaciones comportamentales naturales que derivan de sus formas biológicas.

Y esto es algo que se fomenta especialmente entre los chicos hoy en día.

Recuerdo haber citado en un artículo pasado al filósofo francés Michel de Montaigne, cuando decía en uno de sus ensayos “jamás haber visto a un padre desconocer a alguno de sus hijos, sin importar lo travieso o jorobado que fuera este”. 

Y sí, esta es una constante de todo pueblo y civilización próspera: tutelar progresivamente a los más jóvenes, no dejarlos en el desamparo de un hogar roto o frente al espejismo hipnótico de una pantalla.

Cabe recordar que, a efectos de esto, los romanos tenían todo un sistema de valores y principios, resumido en el concepto de “Vir bonus” (hombre bueno).

Éste se empezaba a inculcar en el niño a partir de los siete años, quien, de ahí en más, antes incluso de asistir al gymnasium, a la palaestra o comenzar su instrucción militar, debía acompañar a su padre durante sus quehaceres diarios, así como en sus obligaciones, tanto públicas como religiosas.

De este modo, en lugar de dejar al niño en un centro CAIF o a merced de una esas mujeres tontas y sin vocación real que el estado ha dado en llamar “maestra”, se esperaba que el chico aprendiera desde temprano y por trato directo la importancia de valores éticos como la pietas (fidelidad a la familia, a los dioses y a la patria), la gravitas (la seriedad y capacidad de mantener la compostura), la virilidad y el coraje.

No había figuras que reprocharan al niño el ser travieso o inquieto (de hecho esto se veía como un buen indicio de futuros talentos y aptitudes militares); tampoco madres helicópteros o maestras ineptas que lo derivaran a un psicólogo o a un psiquiatra a que le recetasen ritalina.

En lugar de promover su fragilidad bajo el nefasto paradigma de la “salud mental”, se buscaba forjar en él desde niño un carácter fuerte.

La virtud femenina, mientras tanto, encontraba su realización plena dentro del ámbito familiar.

El Emperador Marco Aurelio en su obra Meditaciones así lo confirma, cuando dice admirar de su madre por sobre todas las cosas “su piedad, su liberalidad, y su abstención no sólo de ejecutar acción mala, sino también de pensarla; además de la simplicidad en el vivir y el alejamiento del sistema de vida que siguen los ricos”. 

Estas cualidades podrían resumirse en conceptos como la pudicitia (el sentido de decoro), la fidelitas (la lealtad de la mujer hacia su marido y su hogar) y la frugalitas (el vivir de manera simple y sin lujos innecesarios).

Sin embargo, para que una conchacracia como la de aquellas asambleístas funcione de verdad, es necesario hacer de cuenta que la virtud masculina no existe, viéndola en los hombres por defecto como algo negativo o “tóxico”.

Las chicas, en contraste a esto, deben virilizarse y sexualizarse en público o en redes sociales, priorizando así su amor propio y gratificación instantánea, postergando su maternidad hasta bien entrados los treinta en aras de triunfar en el competitivo mundo académico o empresarial.

Para crear esta anómala fragmentación se emplean constantemente una amplia variedad de herramientas ideológico-administrativas; algunas de una alta complejidad retórica y vinculadas principalmente al mundo de la psicología y las farmaceúticas (el paradigma de “la salud mental” y la diversidad de terapias que se desprende de ella es quizás la más efectiva y engañosa, aunque la píldora anticonceptiva y sus efectos nocivos en el cuerpo y psique femenina deben también ser tenidos en cuenta).

Que hoy en día Uruguay registre una de las tasas de suicidio masculino más altas del mundo se explica principalmente por esto que acabo de exponer; porque, en lugar de formar hombres y mujeres conscientes y armonizados con la virtud individual y el bien común, se ha buscado sistemáticamente diluir la esencia de ambos sexos, para así perturbar más fácilmente a la estructura familiar, que es la gran enemiga del nuevo estado global, y, por extensión, de la sociedad misma.

No me sorprende, entonces, oír a una de estas psicólogas egresadas de la Udelar recomendar a una de sus «pacientes» cortar todo vínculo y comunicación con sus padres en aras de sanar y reducir el «estrés».

Anotá lo que te digo: el día que en Uruguay y el resto de Occidente vuelvan a haber comunidades y familias fuertes, se termina enseguida el curro de la psicología y la «salud mental».

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