Su madre llegó sola cuando él era chico, por años soñó con seguirla, y hoy brilla en Argentina: No noté discriminación

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Jimi tenía 16 años cuando desembarcó en Buenos Aires, atravesado por la ilusión, la curiosidad, y la emoción de volver a abrazar a su madre. Desde pequeño, Argentina estaba en sus pensamientos y sueños de futuros posibles, y ahora, por fin, le estaba dando inicio a su experiencia en el país.

“Llegar a Argentina a esa edad fue un desafío cultural enorme: nuevas formas de hablar, nuevas costumbres, otra manera de relacionarse. Pero también fue el punto de partida de todo lo que vino después, tanto en lo personal como en lo profesional”, asegura hoy, al repasar su historia.

Jimi, junto a sus hermanos y su madre.

Con apenas 10 años, Jimi Álvarez Sifuentes se despidió de su madre sin saber cuándo la volvería a ver. Hacía un tiempo, ella había tomado una de las decisiones más difíciles de su vida: dejar a sus tres hijos en Perú y emigrar hacia Argentina para proveerlos de un futuro mejor.

Antes de que Jimi llegara al mundo, su familia disfrutaba de una buena calidad de vida, pero como consecuencia de una sucesión de eventos desafortunados relacionados a su padre, gran parte de la familia decidió abandonar el departamento de Loreto y establecerse en la ciudad de Trujillo, en la costa norte del Perú, donde nació Jimi: “Lo que la motivó a tomar esa decisión fue la figura de un padre inestable y con sus propias batallas internas, que lo alejaban muchas veces de la familia”, revela.

Jimi, un estudiante aplicado.

Ya en Argentina, y con la responsabilidad de brindarles comida, salud y educación a sus hijos, la mujer se dedicó a trabajar sin descanso y, gracias a ello, logró el propósito de sostener gran parte de la economía familiar: “Y a medida que fuimos terminando nuestros estudios secundarios, ella facilitó el camino para que nos incorporáramos poco a poco a la vida en Argentina. Finalmente, llegué en mayo de 1999”, rememora Jimi.

La ciudad emergió enorme ante sus ojos juveniles. Con 16 años, en un principio no hubo espacio para la nostalgia. Buenos Aires se presentó tan magnífica, que Jimi se dejó envolver por el entusiasmo que le provocaba la idea de recorrer cada rincón y descubrirlo todo.

Había sido el último en dejar Perú. Sus hermanos habían emigrado tras culminar sus estudios, y él había tenido que esperar en su tierra de origen hasta terminar la escuela. Argentina, entonces, no solo era provocadora de una inmensa curiosidad, sino que significaba reencuentro: volver a ver y tocar a su madre y hermanos.

“Sentía una expectativa genuina porque me mostraran este nuevo mundo”, rememora. “No hubo miedo ni incertidumbre; más bien, una avidez por descubrir. El choque cultural no fue agresivo, me adapté con facilidad y sentí que me integré normalmente a la ciudad como si perteneciera a ella desde siempre”.

“Aun así, sentí una soledad muy íntima, propia de dejar atrás a mi novia, mis amigos, la playa, las actividades propias de la edad y todo mi mundo conocido para convertirme en un extraño en una ciudad tan grande, hermosa y llena de vida”, confiesa. “No guardo recuerdos negativos de mi llegada ni de la ciudad. Al contrario, me impresionó el orden, la organización y la belleza de Buenos Aires: el transporte público eficiente, la señalización y orientación clara de las calles y avenidas, la arquitectura imponente y, sobre todo, ese aire cargado de cultura y diversidad que hacía de Buenos Aires un lugar único para mí”.

En un principio, Jimi se instaló en el barrio de Monte Castro, pero al año, cuando ya todo dejó de ser tan extraño, conoció a su primera novia, que vivía en San Telmo, una zona de Buenos Aires que había conocido en el pasado, un domingo, por un tema laboral.

Aquella primera vez, algo peculiar le aconteció al observar los rincones antiguos. Sintió que había sido transportado a un pasado desconocido, detenido en el tiempo. Regresó de la experiencia maravillado y sin desprenderse de la sensación y las postales: “Desde ese primer impacto, cada vez que volví a San Telmo me resultaba imposible alejarme, allí fueron mis salidas nocturnas, mis primeras amistades y también mi primer trabajo en gastronomía”, relata Jimi, quien finalmente eligió al barrio como su lugar de residencia.

Jimi quedó maravillado con el barrio de San Telmo.

“Pero al momento de mi llegada a Argentina, lo que más me llamó la atención, y que me generó un profundo agrado, fue la calidez, simpatía y respeto de la gente. Descubrí un sentido de amistad muy genuino, con empatía y alegría. Algo que me marcó fue no haber notado rastros de racismo ni de discriminación, algo que sí se percibe en Perú, ya sea por diferencias étnicas o socioeconómicas”, asegura.

A su llegada, en tiempos donde todavía vivía en Monte Castro, asimilar el cambio le llevó algunas semanas. Sin saber qué rumbo tomar, Jimi se quedaba casi todo el tiempo en su casa, mirando Dragon Ball. Cansado de la parálisis, cierto día le pidió a su madre ayuda para conseguir trabajo, algo que resultó por demás complejo, dado que era menor de edad.

Tras golpear muchas puertas, fue empleado para una empresa que vendía perfumes de imitación, aunque con mejor calidad que otras copias. Más tarde, gracias a su madre, fue contratado como cadete para una importante empresa de telecomunicaciones. Con aquel primer trabajo formal el camino comenzó a allanarse.

“Tuve algunas pequeñas dificultades al principio, sobre todo en lo referido al estilo de comunicación: el argentino tiene una forma muy suelta, directa y avasallante de expresarse, y yo no contaba con esa dinámica; pero lo cierto es que, en general, siempre me relacioné con buenas personas y eso me facilitó mucho la adaptación”, cuenta Jimi.

“Desde el inicio sentí, y hasta hoy lo sigo sintiendo, que Argentina es un país que ofrece posibilidades reales de crecimiento, siempre que uno ponga dedicación, esfuerzo, disciplina y la voluntad de cumplir y mejorar en las tareas que se le confían”, continúa. “Pero más allá de lo laboral, lo que más me impactó y sedujo de Argentina fue la riqueza cultural y la calidad de vida en ese sentido. El acceso a la educación y la salud es muy importante, pero sobre todo me maravilló la vida cultural: museos, arte, librerías, ferias de todo tipo, tiendas y negocios diversos, música, parques y plazas con juegos para niños, actividades culturales constantes, material gráfico y escrito como revistas, diarios y suplementos. Esa abundancia cultural me hizo sentir que vivía en un lugar que siempre estaba ofreciendo algo nuevo para descubrir”.

En Buenos Aires, Jimi iluminó un lado oculto que jamás imaginó tener: pasión por la cocina. Nunca pensó en ser cocinero, a pesar de que la buena gastronomía había estado siempre presente en su vida. En Perú, cuna de sabores únicos reconocidos a nivel mundial, había gozado de una mesa exquisita, que formaba parte de su cotidianidad en la vida familiar.

Jimi, junto a sus hermanos.

Allá, en su tierra, Jimi solía acompañar a su padre en extensos recorridos que lo llevaron a conocer once de las veinticuatro provincias de su país. Tenía familia en la costa, la sierra y la selva, lo que lo acercó a una amplia diversidad de platos: “Me permitió estar muy familiarizado desde niño con los sabores de hogar, los mercados y los productos frescos, algo común en la cultura peruana”.

“Sin embargo, las carreras que me llamaban la atención de pequeño eran Agronomía, Agricultura, Ingeniería Civil, Arquitectura y alguna más que ya no recuerdo. Al llegar a Argentina mi intención era estudiar Arquitectura, pero en esa época era necesario tener DNI para ingresar a la UBA, y como por entonces no contaba con la documentación, ese camino no fue posible”, cuenta.

A pesar de los contratiempos, Jimi no bajó los brazos y buscó otras ventanas. Una excuñada le sugirió la carrera de profesional gastronómico, en una institución reconocida que lo aceptaba sin la residencia permanente tramitada.

“Panadería como primer materia fue sorprendente, me incentivó, me interesó profundamente, me daba muchas ganas de interiorizarme, de aprender más, de profundizar en el tema, no solo el hecho de producir las piezas de pan sino también el estudio del grano de trigo, los procesos industriales de producción, las características y el comportamiento del harina de trigo al ser trabajada. También me sorprendió el hecho de que con combinaciones diferentes de los mismos ingredientes: harina, agua, levadura, sal, azúcar y materia grasa se puedan reproducir piezas tan diferentes en tres sí con diversas características: físicas, texturas, colores y sabores”, describe emocionado.

A partir del descubrimiento de su pasión, las oportunidades llegaron una tras otras, no sin dificultades, pero siempre presentes en una ciudad ideal para desarrollar su talento. Luego de desempeñarse en diversos restaurantes de Buenos Aires, Jimi se afianzó como chef ejecutivo y cabeza de cocina, con una reputación en ascenso.

Finalmente, en su amado barrio de San Telmo, se transformó en cocinero de PES, un rincón en las calles porteñas que fusiona la gastronomía de Perú y España, y por supuesto, Buenos Aires, en especial por recrear la atmósfera a hogar que él mismo halló desde el comienzo en la ciudad.

“La verdad no me considero un cocinero con el cliché clásico: la historia de la abuela, el respeto absoluto por el producto o los discursos actuales sobre sostenibilidad. Para mí el eje está en trabajar con la mejor materia prima posible que el bolsillo permita, y de nuestra parte el solo hecho de cocinar de la mejor manera y trabajar bien ya es suficiente”, señala respecto a su cocina.

En su amado barrio de San Telmo, Jimi hoy es cocinero en PES, un rincón en las calles porteñas que fusiona la gastronomía de Perú y España,@biancawoodard

“Creo que en gran medida no hay un interés tan grande en la historia o la cultura alrededor de los alimentos, y está bien que así sea. La mayoría de las personas buscan alimentarse, pasar un momento agradable, pagar un precio razonable y, si en el proceso esa experiencia logra despertar nuevas sensaciones, buenísimo, espectacular, y después seguimos con nuestras vidas”.

“Los desafíos son los mismos que siempre existieron: formar un buen equipo sólido, porque la gastronomía es exigente y muchas veces sacrifica el bienestar personal. Para quienes toman la profesión en serio, creo que el gran reto es encontrar un balance entre la excelencia profesional y la calidad de vida de quienes trabajamos en cocina. Después vienen los otros desafíos constantes: alcanzar al público, revisar y controlar el factor económico, los costos, mantener la calidad y al mismo tiempo ofrecer accesibilidad en la propuesta”.

“La verdad no me considero un cocinero con el cliché clásico: la historia de la abuela, el respeto absoluto por el producto o los discursos actuales sobre sostenibilidad. Para mí, el eje está en trabajar con la mejor materia prima posible que el bolsillo permita, y de nuestra parte el solo hecho de cocinar de la mejor manera y trabajar bien ya es suficiente”, señala respecto a su cocina.

Allá a lo lejos quedaron los recuerdos de una infancia inestable, como consecuencia de los demonios internos de su padre. También el recuerdo de la partida de su madre, cuando apenas tenía 10 años. Los aprendizajes derivados de aquellas experiencias, sin embargo, viven en Jimi hasta el presente, así como el legado de resiliencia de su madre, que dejó todo para lanzarse a un futuro incierto y solitario, siempre en pos de sus hijos.

Jimi formó su propia familia en Argentina.

Veintiséis años pasaron desde que comenzó su propia travesía en Argentina. Años donde siente que aprendió casi todo lo que sabe y que lo ha formado como persona: “Viviendo lejos del país de crianza lo que más se aprende es sobre uno mismo. Uno se enfrenta a la soledad, a la distancia de la familia y a la falta de una red cercana, y eso obliga a conocerse más a fondo. También a ser más fuerte, porque cuando estás afuera no hay margen para depender de nadie, tenés que resolver, avanzar y mantenerte firme”, reflexiona.

“Y hoy continúo aprendiendo a ser más flexible, a adaptarme a nuevas formas de trabajo, a distintas culturas/personas y maneras de pensar. Al mismo tiempo, me doy cuenta de lo importante que es encontrar un equilibrio entre lo profesional y lo personal, porque si no, la vida se vuelve solo sacrificio. En resumen, vivir lejos me enseñó independencia, resiliencia y a darle valor real a las personas y momentos que importan”, concluye.

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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a [email protected] . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.

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