Boca Juniors es un club de una dimensión simbólica casi irresistible y en un fútbol argentino donde las decisiones suelen ser cortoplacista, su llamado es como un canto de sirenas. Cuando Riquelme levanta el teléfono, sucumbe hasta al más férreo defensor de los proyectos. Son pocos, contados con los dedos de una mano, los que le han dicho que no.
Desde que Román asumió como vicepresidente a cargo del fútbol y luego como presidente a cargo de todo, la elección de entrenadores xeneize se convirtió en un asunto hermético, caótico y peculiar. Es solo cuestión de repasar los entrenadores que llegaron al club para detectar los contrastes de un patrón evidente: el que sube de reserva o el que le afanó a otro club donde está trabajando bien.
“San Lorenzo exigió recibir una suma de dinero como resarcimiento por los meses que le restaban cumplir de contrato hasta fin de este año. Además, se puso como condición que el exentrenador condone al club la deuda que por todo concepto mantenía con él y su cuerpo técnico”, reza el comunicado institucional del Ciclón. Cumplidas esas condiciones, hace unos días se concretó la desvinculación de Miguel Ángel Ruso de San Lorenzo para volver a Boca.
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El caso de Miguelo, siendo tentado cuando era semifinalista del campeonato 2025, es el más reciente pero, como ya está claro, no el único. Boca ya había hecho quedar mal a su antecesor, Fernando Gago, al tentarlo mientras dirigía a las Chivas de Guadalajara y algo similar ocurrió con su antecesor Diego Martínez, quien fue sustraído de Huracán también de manera abrupta, luego de una gran campaña y siendo finalista de Copa Argentina.
En todos los casos, la lógica fue la misma: arrebatar a un entrenador en un buen momento, como si ese buen presente en otro contexto fuese garantía de éxito inmediato. Los resultados indicaron otra cosa: ni con Gago ni con Martínez pudo alzar una copa.
Curiosa y paradójica es la situación de Boca que, a diferencia de lo que le ocurrió con los codiciados, sí pudo salir campeón con el Negro Ibarra y Sebastián Battaglia, que venían de transitar un proceso en las inferiores. El dato no es menor: Boca ganó títulos con entrenadores sin experiencia de Primera y trastabilló con los que venían con pergaminos recientes.
Para Boca, Russo es el último salvavidas. Para Miguel Ángel, su tercer ciclo en el club, después de haber sido campeón de Libertadores en el primero y de la Liga en el segundo, es un desafío enorme a su legado: se viene el Mundial de Clubes en unas semanas y un semestre sin Copas, lo que, sumado a la exigencia habitual del club por títulos, la falta de tiempo para trabajar, un plantel desgastado con dirigentes e hinchas y las urgencias propias de unas de las instituciones más demandantes del país.
Si algo hay que reconocerle a Riquelme, es que decidió poner los pies en el barro y ser dirigente. Muchos han usado a Boca como trampolín a la fama para disputar otra plataforma, Riquelme era famoso y decidió poner su prestigio en juego. Ahora, como siempre pasa en el fútbol, no hay medias tintas: se crece y se gana o todo se cuestiona. Y Boca hoy casi no se crece en gestión, no gana y hay varias cosas cuestionables.