Por qué le exigimos a las ONGs ser pobres

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Como patrono de Fundación Éxit, veo a diario las dificultades que afrontan las organizaciones sociales para justificar su trabajo y demostrar su impacto. Muchas de estas barreras vienen de cómo entendemos ayudar al prójimo, algo que Dan Pallotta, activista humanitario reconocido por cuestionar las prácticas tradicionales del sector sin fines de lucro, explica con claridad. Él plantea que la filantropía no es un lujo ni un complemento del sistema económico; es su contraparte imprescindible. Es un “mercado de amor” que atiende necesidades que no se pueden monetizar como la compasión.

Sin embargo, seguimos tratando al sector social con desconfianza, restricciones absurdas y una herencia cultural que parece empeñada en que, si haces el bien, al menos no que te cueste caro. Según Pallotta, la filantropía cubre necesidades humanas y emocionales que el negocio tradicional no puede y por eso es maravilloso.

El sector social no vende productos ni persigue beneficios económicos. Trabaja con amor, compasión y dignidad, valores sin precio, pero esenciales para el tejido social. En la Fundación Éxit lo vemos claro: ayudamos a jóvenes en riesgo de vulnerabilidad por abandono escolar temprano. Aunque suene cursi, este impacto no se mide en euros, pero transforma vidas. Y no, no se logra con abrazos ni buenas intenciones: se necesita financiación, infraestructura y libertad para operar con la misma ambición que cualquier organización empresarial.

El problema está en las barreras que afrontan las ONGs. Sueldos bajos, rechazo a que puedan hacer marketing porque eso es “tirar el dinero”, baja inclinación al riesgo porque no toca arriesgar, falta de escala y poco acceso al capital. Otro gran obstáculo es el estigma sobre ganar dinero haciendo el bien. Es aceptable lucrarse vendiendo videojuegos donde asesinas gente, pero, pero, pero no liderando proyectos para curar enfermedades o educar niños. Al parecer, la bondad está bien, pero la prosperidad…mmm….demasiado sospechosa ¿no? A esto se suma un peso histórico difícil de ignorar: el dogma puritano. Durante siglos, el puritanismo asocia la caridad con sacrificio, expiación y todo eso… Según esta visión, hacer el bien debe doler, no puede oler a triunfo. Pues amigo, a otro perro con ese hueso.

Las ONGs no necesitan penitencia; necesitan ambición, innovación y libertad para crecer. Y no, soñar en grande, no es pecado. Así que por favor, midamos a las ONGs no por lo barato que trabajan, sino por la magnitud de sus sueños. Vergüenza nos tendría que dar no si tienen ambición, sino que no la tengan. Lo que importa es que hagan acciones de impacto y no que mendiguen el impacto de sus acciones. Lo importante no es cuánto cuesta hacerlo, sino cuánto impacto genera.


Sobre la firma

Pablo Foncillas

Columnista de la sección Economía

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