La historia del triángulo entre Federico García Lorca, un famoso torero español y una hermosa bailarina argentina

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Uno de los más conocidos poemas de la lengua castellana es Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. En él, Federico García Lorca evoca, con versos estremecedores, a su amigo el torero Ignacio Sánchez Mejías, muerto como consecuencia de una cornada en la ingle durante una corrida en la plaza de toros de Manzanares -Ciudad Real, región de Castilla- el 14 de agosto de 1934.

Lorca y Sánchez Mejías eran amigos y también pertenecían a la famosa Generación del ’27, integrada por poetas españoles (como verán, Sánchez Mejías era un torero totalmente atípico). Y así como Salvador Dalí y Luis Buñuel estuvieron cerca de este grupo, también la bailarina Encarnación “La Argentinita” López se vinculó a la Generación del ’27 y fue gracias a esta circunstancia que conoció a Ignacio Sánchez Mejías.

Federico García Lorca.

La profunda relación amorosa que nació en aquel momento se prolongó hasta su muerte, aunque no pudieron unirse legalmente porque ya estaba casado y el divorcio no existía en España.

Y ahora sigamos por separado a estos dos personajes para luego volver a unirlos.

De niña prodigio a figura de la danza española

«La Argentinita» había nacido en Buenos Aires en 1897, donde su padre, español, había instalado un negocio de telas. Pero cuando la niña tenía cuatro años regresaron a España y se instalaron en San Sebastián.

Encarnación López, cuando era niña.

Allí Encarnación pronto debutó profesionalmente, cantando y bailando. Era una verdadera niña prodigio y a pesar de que la familia tenía principios religiosos muy estrictos, no puso obstáculos a esta carrera y en todo caso la alentó. Cuentan que los padres la esperaban entre bastidores para que al salir del escenario nadie pudiera tocarla ni acercarse a ella.

Encarnación se destacó primero, y notablemente, en el teatro de variedades como bailarina, cantante e imitadora, con una gracia insuperable. La cupletista Raquel Meller, casual espectadora de una función suya, al verse imitada por ella, se puso de pie, se acercó al borde del escenario mientras Encarnación se inclinaba para saludar y le dio una tremenda bofetada.

En 1920, Encarnación participó en una obra teatral escrita por García Lorca y de allí nació una amistad muy perdurable. Años después, durante una gira por Estados Unidos surgió la idea de grabar una colección de canciones populares españolas, cantadas por Encarnación y compañadas en el piano por García Lorca. Hoy pueden encontrarse en YouTube.

La hermosa bailarina Encarnación López.

Ya Encarnación se había puesto en contacto con los escritores de la Generación del ’27 y esto marcó un punto de inflexión en su carrera. Tanto Lorca como Ignacio Sánchez Mejías la impulsaron a dejar el teatro de variedades e Ignacio, particularmente, a que trabajara sobre las posibilidades dramáticas y escénicas del baile español.

Su carrera como coreógrafa e intérprete, a la que se sumó su hermana Pilar, tuvo una expansión colosal en su país y fuera de ella. Ocho días antes de que se desatara la guerra civil regresaron a España al terminar una gira. Sabiendo lo que les esperaba, emigraron a Estados Unidos, y en Nueva York las hermanas crearon una compañía con la que giraron por todo el país e hicieron presentaciones en el Metropolitan Opera House y en el Carnegie Hall.

Encarnación López en «El Café de Chinitas», una obra especialmente escrita para ella por García Lorca y con decorados de Salvador Dalí.

Fue en el Metropolitan que estrenó El Café de Chinitas, una obra cantada y bailada, especialmente escrita para ella por García Lorca y con decorados de Salvador Dalí.

La “Argentinita” nunca volvió a España. Murió en Nueva York en 1945 y en esa ciudad, que llegó a considerarla como una amada hija adoptiva, hay una estatua suya cerca del Metropolitan Opera House, entre las de otros dos mitos del arte del siglo XX: Ana Pavlova y Enrico Caruso.

Un torero totalmente atípico

El sevillano Ignacio Sánchez Mejías –nacido en 1891- pertenecía a una familia acomodada, lo contrario de tantos jóvenes que buscaban en las glorias del toreo una salida a la pobreza.

El torero Ignacio Sánchez Mejías, amigo de Federico García Lorca.

Fue un hombre extraordinariamente polifacético: escritor, jugador de polo, presidente del club de fútbol sevillano Betis Balompié, presidente de la Cruz Roja, impulsor de una línea aérea entre Buenos Aires y Sevilla, además de actor y patrocinador de la reunión fundacional de la Generación del ’27.

También fue dramaturgo y en una de sus obras introdujo algunas de las ideas de Freud en España a través de una trama de tintes psicoanalíticos. Su comedia Ni más ni menos fue estrenada en 1929 en Buenos Aires y junto a La Argentinita produjo Las calles de Cádiz, espectáculo de música y baile también escrito por él.

Había abandonado las corridas de toros en 1927, pero por algún motivo decidió volver al ruedo el mismo año en que encontró la muerte sobre la arena.

El romance del torero y la bailarina

La pianista argentina Inés Gómez Carrillo, siendo muy joven, tuvo la oportunidad de acompañar a la compañía de Encarnación y Pilar López durante una gira por los Estados Unidos.

En una charla sostenida con Clarín hace muchos años, recordaba:

“Las dos hermanas estaban pensando siempre en su trabajo, creando e ideando. Y no creo que en aquella época hubiera otra bailarina que oyera cada nota de la partitura como la escuchaban ellas, aun las más complejas. Tenían formación musical pero sobre todo un gran talento natural”.

“El círculo de sus amigos de Nueva York era muy elegante, digamos que de la alta sociedad. Ellas estaban siempre magníficamente vestidas pero no eran en absoluto snobs”.

“Los amores de Encarna con Ignacio Sánchez Mejías fueron completamente públicos. Él era un hombre de una fuerte personalidad y tenía pasión por Encarna. Siempre se los veía juntos en todas partes y fue el único caso de esa época en que todo el mundo los respetara tanto a pesar de que no estaban legalmente casados”.

“Eran dos personas de mucha importancia, individualmente hablando, y supongo que eso les habrá dado la fuerza para llevar adelante la relación. Los primeros años, como los padres se oponían, Ignacio la seguía en las giras pero no se les acercaba”.

Y así terminaba el relato de Inés Gómez Carrillo: “Encarna viajaba frecuentemente a México cuando ya era una estrella y ganaba fortunas. Se alojaba en el mejor hotel de la ciudad de México y cada integrante de la familia tenía su propia habitación. En la de Encarna había un balcón que daba sobre un patio con un enorme árbol y durante mucho, mucho tiempo lo llamaron “el balcón de La Argentinita”. Por ese árbol trepaba Ignacio para entrar a su cuarto”.

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