Guibert Englebienne creció viendo documentales de Jacques Cousteau. Quería ser oceanógrafo como el célebre explorador, investigador y oficial naval francés. Su Mar del Plata natal y su relación con el mar resultaban determinantes en ese propósito parido en la juventud. Pero también soñaba con ser diplomático porque sospechaba que organizaban buenas fiestas y a él siempre le había resultado fácil eso de socializar. Cuando terminó la secundaria, hizo varios test vocacionales. La tercera respuesta que había recibido de esas evaluaciones era convertirse en programador. Tenía sentido. Si había algo que lo había entusiasmado en su infancia, era el software.
“Mi papá me regaló una computadora y ese día cambió mi vida para siempre”, dice. Su papá se llamaba como él. Era el comerciante responsable del icónico monumento que asciende en la esquina de Araoz y la vieja avenida Martínez de Hoz, hoy avenida de los Trabajadores, en un rincón de Punta Mogotes, Mar del Plata. Es un local de artículos de playa, de souvenirs, de recuerdos que presenta un pato gigante en el frente. La escultura trepó hacia el simbolismo. La trascendencia y penetración cultural hizo del Pato de Punta Mogotes una marca propia. “Me crie en una familia de emprendedores. Mi papá y mi mamá son personas muy curiosas. Mis hermanos también son emprendedores. En la mesa no se habla de otra cosa que de emprender. Mariano es arquitecto y tiene una constructora, y Cristian lleva adelante el negocio familiar: el Pato en Punta Mogotes, además de tener una fábrica de máquinas expendedoras”, dice Guibert.
“Me acuerdo de que en el negocio de mi viejo había una sola computadora: estaba en una sala refrigerada y yo la miraba desde afuera. No recuerdo haber entrado a verla de cerca. Era como un tótem, como algo medio divino. Y cuando tenía unos doce años aparecen las microcomputadoras y mi papá me regala una. Ese día cambió mi vida para siempre”, relata. “Cuando la conecto lo que yo veía no era nada demasiado especial. La tenía que conectar a un televisor y lo que veía era un cursor, la computadora no hacía nada. A diferencia de lo que sucede hoy cuando vos prendés una computadora. Y entonces al lado había un manual de programación, lo que significaba que si yo en esa época quería sacarle el jugo a la computadora, lo único que tenía que hacer era ponerme a programar”.
Lo que decía el manual, lo replicaba en la máquina. Empezó a las once de la mañana. Eran las cuatro de la mañana del día siguiente cuando reflexionó: “Tal vez tenga que irme a dormir”. “Me había obsesionado, estaba enloquecido con lo que había descubierto. Y definitivamente mi vida cambió, aunque al mismo tiempo tenía otras curiosidades”, dice. Es que su vida en Mar del Plata enfrente de la costa y su fascinación con los relatos de Jacques Cousteau también lo invitaba a vivir una vida fuera de una computadora.
Intervino, en esa vida en conflicto que se debatía entre salir al aire libre o quedarse sentado frente a un monitor, su padre. Y le recomendó que siguiera una carrera relacionada con los sistemas tecnológicos. A los 18 años, se fue a estudiar Ingeniería de Sistemas a Tandil. Recibido, regresó al Pato de Punta Mogotes a monitorear el negocio desde su expertise. Hasta que la que decidió su futuro fue su madre: “Me dijo ‘vos te vas de acá, no te quiero ver en el negocio, no quiero que hagas esto, tenés que hacer tu carrera’. Para ese entonces ya había egresado, había hecho mi tesis trabajando en IBM, en temas de reconocimiento de huellas dactilares y había mucho para hacer todavía en tecnología. Creo que el consejo de mi mamá me vino bárbaro”, remarca.
Se considera un programador desde los doce años y creó desde videojuegos hasta soluciones tecnológicas para el hogar. Pero recién a los 37, Guibert Englebienne cofundó la marca que hoy lo posiciona como un emprendedor consagrado, que resume su historia como un caso de éxito. Antes de Globant, hubo un proceso. “Fundé y fundí seis compañías antes de encontrarme con mis socios, mis amigos, hermanos de la vida. Hay gente que hiperventila tratando de encontrar la próxima idea a los 23 años y la vida no es así. En general vas a tener muchos aprendizajes para que un emprendimiento pueda ser exitoso. Creo que eso me tomó un tiempo”, dice.
“Mi primer emprendimiento fue una compañía tipo Globant, pero en la era preinternet. ¿Qué quería decir eso? Que yo podía desarrollar el software de una compañía que estaba en Mar del Plata, en Balcarce, en Tandil. Algo muy cercano. Pero no había internet, esta belleza que te rompe los límites de la geografía y te permite ir al mundo. Para eso faltaba un tiempo”, añade. Sabe que en los vaivenes de esa búsqueda hay tensiones y frustraciones. “Tuviste una idea, la probaste y no funcionó. Volviste a trabajar en una compañía. Un tiempo más tarde te vuelve a aparecer otra idea y la querés probar. Y yo creo que uno va moviéndose entre ser emprendedor o intraemprender, que sería ser un emprendedor dentro de la compañía. Y me parece que lo más destacable es que uno encare todos estos pasajes a través de con esa actitud de dueño que yo mamé con el negocio de mis viejos”, retrata.
Globant nació en 2003. La crearon cuatro amigos argentinos en charlas de bar: Guibert junto a Martín Migoya, Martín Umarany Néstor Nocetti. “Nosotros no teníamos plata -asegura-. Cuando empezamos, lo único que teníamos era cinco mil pesos dólar entre los cuatro y la bendición del barman”. Su camino se destacaba por tener una pretensión distinta a la habitual. “Hay emprendedores que salen a buscar plata antes de probar su idea. Nosotros decidimos ir por el otro camino. Vamos a conseguir un cliente que confíe en nosotros y recién cuando eso pase, ahí vamos a salir a reclutar a alguien para poder crear un equipo más grande. Y durante mucho tiempo fue así”, asevera.
“En 2003 acababa de explotar la burbuja de internet -cuenta quien es hoy presidente de Globant X-. Lo que veíamos era que las compañías continuaban invirtiendo en tecnología, pero ya no lo hacían ellas mismas, sino que lo buscaban en compañías mucho más especializadas que, en general, venían de lugares que no eran los que necesariamente consumían la tecnología. Hoy vos sabés que la mayoría de la tecnología la desarrollan en Estados Unidos, en Japón, en Reino Unido, y que estos tres países se llevaban el 90% de la demanda mundial de servicios. Entonces nosotros decidimos ir ahí, ir a Estados Unidos y al Reino Unido, al 75% del mercado y atacar eso era una oportunidad muy grande. En un mundo donde veíamos que los que ganaban eran los que tenían acceso a talento y veíamos que en la región había un montón de talento que todavía no estaba sirviendo a los mercados más demandantes”.
Y decidieron ser ambiciosos. No fue solamente, como dice, perseguir un sueño, armar un lindo equipo y trabajar duro. Eso no es suficiente. Decidieron no ofrecer su producto donde les era cómodo: “No vamos a vender en Argentina. No vamos a vender en Chile, en Uruguay, en Paraguay, en Brasil. Vamos a ir a Estados Unidos y a Reino Unido que son los mercados más grandes”. “Tenés que armar una organización que hable en inglés 100% y lo que nos dimos cuenta fue que este mercado no era tan solo grande, era además ultra meritocrático. ¿Qué quiere decir? Que si vos no sos muy bueno haciendo lo que hacés, nadie te va a recomendar. Y si lo hacés bien, los clientes te van a recomendar. Y la verdad es que hoy por ahí ves más de Globant en algún cartel, pero durante veinte años Globant no hizo una sola publicidad”, sostiene.
Pero, ¿qué hace Globant específicamente? Guibert Englebienne lo traduce: “Es una compañía líder que está detrás del desarrollo de mucha de la tecnología que todos usan en sus teléfonos móviles y en aplicaciones como la de un canal de televisión para ver películas o cuando vas a tu consola de videojuegos y jugás al fútbol en el juego más popular de la historia. Ayudamos a organizaciones a cambiar su futuro”. Opera en veinte países, tiene emplea a 27 mil trabajadores, desarrolló software para el FIFA de la Playstation, para las pulseras mágicas de Disney, para el subte de Nueva York, para la policía de Londres. Fue el primer sponsor argentino en un Mundial de Fútbol organizado por la FIFA. Recaló en la Fórmula 1 para acompañar a Franco Colapinto. Se estableció como un referente en la industria del software a nivel mundial. Es, tal vez, el unicornio argentino por excelencia.